sábado, 23 de novembro de 2013

Brian W. Aldiss - Sobre a Ficção Científica

Introdução de Brian W. Aldiss para a sua coletânea de contos: Space, Time and Nathaniel.


Con frecuencia la introducción es la mejor parte de un libro, aunque no quiero garantizar que tal suceda en el presente caso. La lectura de introducciones constituye una ocupación por derecho propio; es extraño que nadie haya escrito sobre ella, analizándola e interpretándola «a la luz de los conocimientos actuales». Las introducciones sirven a muchos fines; pueden ser casi tan íntimas como un cenador en un jardín campestre, extenderse en alabanzas de la habilidad mecanográfica femenina, volcarse en agradecimiento a serviciales bibliotecarios, o por el alquiler de sillas de cubierta. O pueden ser también un atisbo más serio entre bastidores, una discusión de fuentes documentales, o un monólogo sobre los métodos empleados. Y, teniendo en cuenta que existen tantas variedades de introducciones como de libros, pueden ser cualquier otra cosa. Esta, por ejemplo, es cualquier otra cosa.

Algunos de los que ya hemos rebasado la treintena recordamos aquellos días en que en las reuniones respetables no se podía mencionar la Fantasía Científica. Ahora se la menciona. A pesar de que seguimos deplorando la existencia de reuniones cuya única recomendación consista en su respetabilidad, justo es reconocer que este cambio resulta agradable, pues nos da la sensación de que teníamos razón desde el principio. O, si no teníamos esa sensación, la menos jubilosa que se experimentaba cuando el fétido intruso que defendíamos conseguía convertirse en alguien y llegar a ser algo.

Este cambio sobrevenido en la consideración que merece la Fantasía Científica, ha provocado acaloradas e interesantes controversias. Han surgido dos corrientes de pensamiento opuesto, cuyos miembros se tiran pros y contras a la cabeza. De entre los rangos de los beligerantes han salido inquietos detractores, como J. B. Priestley, y espléndidos campeones como Edmund Crispin. Entre tanto, semejantes camilleros que corren entre ambos ejércitos, los escritores de Fantasía Científica continúan escribiendo tan debatido género. Y cuando aparecen a la luz publican sus colecciones de cuentos y novelas, lo hacen, muy adecuadamente, sin ir precedidas por algo tan provocador como es una introducción. Pero ahora yo, tirando a un lado mi camilla, me atrevo a embarcarme en una introducción.

«Audaces fortuna jubat» decían los romanos. (A sorte favorece os bravos. Frase de Virgílio, Eneida 10,284)

Después de haberse dicho cosas tan sutiles sobre la cuestión, sólo nos quedan los hechos evidentes, que muy posiblemente han sido pasados por alto. La Fantasía Científica es un campo abonado para la polémica. Vale la pena seguir este atisbo de algo innegable, pues la polémica no sólo prospera debido a la novedad de la Fantasía Científica..., es decir, en tanto cuanto puede hablarse de novedad; sino que continúa prosperando porque si bien la Fantasía Científica constituye al parecer un género, lo cual implica una conformidad a un modelo o tipo establecido, en realidad es un campo demasiado amplio para que pueda acogerse a una u otra categoría. ¡Los corsés del conformismo oprimen por todos lados! Aunque todavía joven y atractiva, la Fantasía Científica se convierte a pasos agigantados en algo capaz de abarcar todos los matices que resume aquello que a veces, con una expresión harto repelente, se denomina literatura «seria» o «gran literatura». Si el terreno es arable y fértil: con buen tiempo, puede plantarse en él lo que sea.

Por esta razón, a pesar de los ataques de los que es objeto, la Fantasía Científica continúa floreciendo. Todos cuantos conocen la Fantasía Científica saben que los ataques que ésta sufre sólo alcanzan un pequeño sector de la misma. Se ha acusado sucesivamente a la Fantasía Científica de ser un ocioso fantasear, simples relatos de máquinas, fundamentalmente anticientíficos, demasiado científico, una imagen demasiado sombría del mundo, una imagen demasiado abigarrada del mundo, una literatura no lo bastante escapista, o un cuento de hadas modernos. ¿Dónde está la verdad? A veces en ninguna de estas cosas; con frecuencia, en todas ellas. En cuanto a la observación de que gran parte del contenido de la Fantasía Científica es «inverosímil», huelga comentario para semejante realismo. Todo, considerándolo fríamente, es inverosímil, de la estrella a la uña. Verosímil e inverosímil son la misma palabra.

Hará cosa de cuatro años, todo parecía indicar que la Fantasía Científica se iba a convertir en el reino de los bestsellers. Por primera vez en la Historia, aparecieron en Inglaterra libros encuadernados en tela que ostentaban simultáneamente los nombres de autores de Fantasía Científica y de editores hasta entonces tenidos por serios. Se inauguró una época de vacas gordas y a todos se nos subió el éxito a la cabeza. Como el número relativamente reducido de autores del género no podía atender todas las demandas, surgieron novelas que ostentaban la etiqueta de «Fantasía Científica» y que habían sido escritas por autores completamente indocumentados en el género. ¡A cuatro centavos por palabra y no hacemos preguntas fue la consigna del día! Mas por desgracia, estas nuevas novelas no cumplían ninguna de las rigurosas leyes del género. Por consiguiente, el público sacó una idea errónea - o, tal vez, peor, nebulosa - de lo que pretendía ofrecerle la escuela auténtica de escritores de Fantasía Científica. Actualmente ha terminado ya la etapa del «todo sirve». Murió por consunción propia. Aquel auge repentino era un arma de doble filo. En muchos aspectos, el período actual es más interesante. (Por ejemplo, vuelve a ser posible leer toda la Fantasía Científica que se publica; si esto es deseable, es algo que depende del gusto de cada uno.) Parece como si este género literario, con alguna que otra excepción, entre las que se cuenta John Wyndham, se dirigiese sólo a satisfacer los gustos de una minoría, como la poesía, el caviar y la travesía navideña del puerto. Como la poesía: tal vez sea éste el mejor símbolo, pues la Fantasía Científica y la poesía tienen mucho de común. Ambas poseen una música insidiosa y sorprendente; ninguna de ellas resulta demasiado fácil de cultivar y de aprehender.

El hecho de que la poesía cuente con tan pocos lectores es materia para las tristes cavilaciones de los poetas; como dice el refrán, «los poetas nacen, no se pagan». En lo que se refiere a la Fantasía Científica, la respuesta es más evidente, aunque también sea aplicable a la poesía. Cada relato de Fantasía Científica exige algo de parte del lector, incluso las tramas baladíes que contiene este libro: una reorientación, un deseo, una aquiescencia a examinar el fragmento de un Xanadu ajeno. Esto no resulta cómodo para todos. Como es natural, las bibliotecas circulantes no se avienen a la idea.

Mi concepto de la Fantasía Científica como una especie de poesía no goza de mucha popularidad, lo reconozco, en algunos círculos de aficionados al género. Pero hasta el momento presente, la navegación interplanetaria, la telepatía y el resto del instrumental que empleamos no pasa de ser un sueño, pero... ¿ha existido jamás un sueño más tentador que el de la astronavegación? Estas cosas ganan más tratadas como símbolos que como hechos reales. Sólo algunos genios como James Blish y Hal Clement tienen suficiente maestría para utilizar la jerga científica de una manera convincente.

Vivimos en una época consciente de sí misma. La Ciencia, que es la investigación del hombre en su medio ambiente y en sí mismo, nos revela de continuo a nosotros mismos, y cuanto más claramente vemos la imagen, más misteriosa nos parece. Existe un algo que llamamos «vida», una llama que, como el fuego olímpico, pasa de antorcha en antorcha y mientras la sostenemos nos permite examinarnos a su luz. Lo menos que podemos decir es que somos fantásticos. Conducimos automóviles, bebemos Horlicks, miramos por el microscopio. ¿Qué haremos mañana? Esta es la pregunta que se hace perpetuamente el escritor de Fantasía Científica; con su súper conciencia de sí mismo, ve cómo el futuro le hace burlonas muecas desde las encrucijadas del tiempo... y él intenta vengarse mirándole a su vez.

Una crítica que suele hacerse a la Fantasía Científica es la de que sus personajes no son reales. Esto es tan cierto y tan imposible de responder como aquellas quejas de que determinada pieza musical no contiene melodías reales. Se trata de un comentario bastante ingenuo, que elude el nudo de la cuestión, pues el verdadero propósito de la Fantasía Científica es otro. Su virtud consiste en presentar al hombre en relación con lo que le rodea: el hombre en otro planeta, el hombre en una época diferente, el hombre frente a la vida extraterrestre, el hombre ante uno de sus propios inventos. Aunque no de una manera absoluta, podemos afirmar que la Fantasía Científica es el único medio de que disponemos para ocuparnos del hombre como parte integrante del universo; en cambio, la novela ordinaria sólo puede representarnos como parte integrante de la sociedad humana. Esta es la justificación del término «Fantasía Científica»... que no es, tal vez, un término tan aborrecido como se ha pretendido que era.

Me doy cuenta de que esto suena de un modo desagradable. Acabo de exponer, desnudos, los esqueletos que todos llevamos con nosotros; de todos modos, la carne que los recubre puede ser muy tentadora. Y la Fantasía Científica, como cualquier adolescente, empieza a poseer un sentido del humor, lo cual es una señal muy saludable. Frederic Brown, William Tenn y John Wyndham (para no alargar la lista) pueden ser considerados como humoristas de primer orden, «Prott», de Margaret St. Clair, es una joya de la tragicomedia; y algunos de los relatos que se incluyen en este volumen pueden considerarse humorísticos. Esto quiere decir que la Fantasía Científica no sólo trata de la dignidad del hombre, sino también de sus indignidades.

Pero los dos ejércitos que antes he citado siguen en pie de guerra: he de correr en busca de mi camilla.

Brian W. Aldiss
Abril de 1956


Titulo original: Space, Time and Nathaniel
Traducción: Antonio Ribera
© 1957 by Brian W. Aldiss
© 1962 E.D.H.A.S.A.
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